– No sé. Y sé qué no es buena respuesta, pero aunque me proponga juntar una serie concreta de excusas de por qué no sé, sigo estampando hojas blancas
- ¿Y quién va a controlarle?
- No es por el que me controlen, sino por qué sigo acá, en esta casa que ya ni de blanco tiene, si no fuese por el contraste con la tierra, con lo rojo. Y de cierto, tampoco hay nada Si no sabemos ni quién manda, dije, casi apagado…Se hizo un silencio largo, corrido de mate pausado.
El contexto dejaba de tenernos y nosotros de pertenecerle. Vistos de afuera, dos hombres sentados en medio de un monte, que le dicen, aunque lo macheteado hace años es capuera; buscando encontrar el rayo que nos haga, o deje vivos, más parte de lo que llamamos mundo, en un acto de ser, de humanitos, pero no alcanza, pensé, no alcanza lo solo verde, ni las cartas, ni lo que aturde tanto, como este silencio.
El pinar nos enfrentaba y con mecánica persistencia conté de a números dispersos, huestes de savia venidas ante mí y al instante haciendo un alto en plena marcha. Árboles/ sin aire, o pura resina, apenas sin viento que los mueva por estos sitios, o menos con movibles que nosotros, que ante cualquier ventisca corremos del huracán, oscilaban. Y a través de ellos, la representación de una pelea entre el sol y el agua, al norte de la mañana.
Quizá guiñados por un soplido que pretendía tomar partido, mientras los simples mortales nos refugiábamos bajo techo, a la esperar de un triunfo.
– ¡Hoy sí que está amargo!
– Si, fuerte. Y más para usted que venía tomando con el jarrito enlozado, lo debe sentir peor…
– Sí, puede ser. Capaz llegue un día la conquista de la tierra, pero nos va a barrer.
– ¿Ud. Dice? Quienes armaron esto que somos no se lo van a permitir, los tipos hacen cualquier cosa y son dos o tres, seguro, en el mundo Pastor, en el mundo… Le dije mientras sin descuidar la cebada veía que, definitiva, se armaba la tormenta.
– De verdad ya no se sabe quiénes … Será qué también mueven los vientos… Capá’, no?
– Ellos mueven todo, como dioses humillados en la voracidad
– Hoy está filoso. El último y levanto campamento. ¿Vendrá alguno a juntar la madera?
– Sabe qué, vuelque contra el poste de luz, ahí al costado nomás, porque si los muchachos no aparecen y llueve, que quede al reparo, sino ni para leña va a andar.
Asintió, ya caminando hacia al camión recortado sobre gris, igual al clásico juguete de carrocería roja y caja azul. - Si no me encuentra le dejo la carta debajo de la puerta, con una punta para que pueda sacarla, le tengo miedo al agua hoy.
– Vengo, vengo.
Eso espero, pensé, quien sabe si habrá próxima. ¿Cuándo lo próximo era de lo más distante? Sin saber hasta cuando iba a aguantar. ¿Qué tanta capacidad de humilde se puede tener para que no nos asuste la miseria donde no hay cocina que te saque a los empujones de una mesa? Hilvanaba mientras se iba apartando el hombre
– Adiós ingeniero. Adiós
Pastor se fue y hubiese querido seguirlo, pedirle que no me deje, que me vuelva a buscar y si no me encontraba que me siga buscando, que quería estar en casa y que había perdido el rumbo por el pretender saber cuál era el límite de los que controlan la miseria que nos imponen.
Fragmento: De los peces