Múltiples Existencias: Enlaces -a la vera del camino- SIN TIEMPO -Silvia Barberini (3ra Parte)

A Ud. se le rompió el auto?
Sí, está acá a un kilómetro, iba hasta la chacra y …
Entonces sobrevino la gota.
El agua filtrando, pausada, como dibujándose a través de la ventanilla y las primeras líneas de la desesperación impresionando el apuro del trayecto que quedaba hasta el arroyo… Por qué no lo levanté?

Cómo dijo? Pregunté
Y ella me devolvió un gesto de nada, nada. Qué nada? Me volví a interrogar.
Mientras seguía con la vista fija en el afuera y a lo lejos, en las casas, que aunque pareciesen cerca, me provocaban una cierta opresión de aire, manejaba callado, al socorro, sin fluctuar entre estancias de no estar en ninguno de los puntos porque sabía que al menos, por lo que durase ese recorte entre las manivelas, iba hacia un destino.
Diez minutos antes, solo viajaba en la ruta, porque cuando me detuve a socorrerla, el resto se desvaneció, o era pobre, escueto, podría decirse.

Hay objetos que hacen de sol. El jarrito, la pava y el cachivache de mi madre para la yerba y el azúcar eran un destello que me iba cubriendo en caparazón, preparándome para la noche nueva, porque lo que me esperaba en el extremo era una inmensa noche, en la que no preví, que llegue el agua.

Ella seguía en silencio, muda, ese que se corta ante el impacto como si se hubiese detenido en el antes de salir aturdida, a buscar ayuda.

Corría el agua, lenta, sobria, chispeos que pueden ahogar al que todavía nada panza arriba y yo, molesta de escudriñar su movimiento, aún sabiendo que no hay para la ayuda margen de error, o se diluye la misma en nada, o en agua, robándome el último resto de calor de la cocina, trataba de escucharla a ella, de refugiarme y escuchar cualquier charla con mi madre en una conversación que alcance el mediodía y la tarde, comer resolviéndonos la vida. Porque el otro no está, o porque boqueando al cielo exige y peleamos y salimos de ese abrigo, y adiós, volvía en la urgencia.

Camino misionero de tantos. Rojo. Rojas la plantas de tanto polvo, hacia días que no caía una gota de agua, por eso había decidido ir a la chacra, había que llevar combustible para la gente y buscar; a la derecha un pinar, a la izquierda capuera, alguna que otra casa, algún naranjo, grosellas, rosas, penachos, el paisaje comenzaba a lavarse: ¿por qué no lo levanté? ¿Por qué? Me faltaba el aire.

– Cierre la ventanilla por favor, le pedí, y volví a detenerme en el perfil de la mujer. Sin palabras, ni llanto, solo gestos, sin mover la cabeza para mirarme, como si desde antes al estar en el auto, con un extraño, en una fracción rotunda como un golpe preciso, hubiese enloquecido o borrado la ruta, la desgracia, o lo que había sido su vida, para transformarse en días, días de horas, de hechos, de trabajo, días sin más, a desvanecerse, como mi resto.

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