• 23/11/2024 18:35

Cara de Chipa (por Aníbal de Grecia)

¿Por qué le decían Cara de Chipa? No sé, ni me importa.

Siempre andaba con una gorra y un delantal amarillo; era el uniforme de la picolería; usaba pantalones cortos y alpargata blanca mugrienta.

Salía a vender durante las siestas, cuando el sol rajaba la tierra. A él no le importaba eso; llevaba quince picolés en la conservadora y de vez en cuando se refrescaba regalándose uno. En cada cuadra anunciaba, con su voz de pito;

—¡Piícoooléeé!

Y las guainas y los gurises desde las veredas corrían a avisar a sus madres que el picolero estaba en el barrio.

La vida de Cara de Chipa era complicada, la calle tenía sed, hacía calor y no había dinero suficiente.

Un día de esos en que el sol hace que se abra en tajadas la tierra de las calles misioneras, lo rodearon entre siete u ocho guainas y gurises, se acercaron mirando la conservadora y le gritaron;

—¡Picolero Cara de Chipa!

—¡Picoooléeé, sacate el zapato y olé!

y entre empujones y gritos le quisieron sacar picolés. Cara de chipa se asustó, pero pensó rápido y empezó a patear el suelo seco y el polvo colorado empezó a levantarse a formar una nube espesa, tan espesa que llegó un momento en que no se pudo ver siquiera a un metro de distancia. Dejaron de gritar, un silencio pegajoso los rodeó. Después de un buen rato, cuando la polvareda se disipó, todos estaban en sus lugares formando un círculo sin huecos, pero cara de Chipa ya no estaba.

Desde ese momento, no lo volvieron a ver. Nunca más salieron a molestar a los picoleros que vinieron después.

Cara de Chipa se esfumó de la tierra o en la tierra o con ella.

Ya no hay picoleros recorriendo las calles de los barrios, solo nos queda la voz de Cara de Chipa, vagando dentro de una nube de polvo.

Cada vez que el viento levanta un remolino de tierra colorada que arranca en un barrio y termina en otro; se escucha una voz de pito que grita desde adentro

— ¡Piiícoooléeé!