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Múltiples Existencias:Viaje por Misiones con la conciencia alterada

Feb 28, 2021

La mente está condenada al eterno presente de la percepción y la conciencia. Eso dice el Gurú que nos guía hacia nosotros desde la absoluta ignorancia de las revelaciones de su propia percepción. La gente y las gentes necesitamos de él/ella, sea quien sea él/ella, el guía que nos toma de una mano y nos lleva hacia la purificadora niebla del Ganges o del Acaraguá, o el Tuichá. Lo importante es Creer que nos encontraremos tal vez a través de la palabra, aunque esta no sea siempre certera.

Múltiples existencias es una conjunción de voces dentro de vos, un instante en el aire podrido del mundo que nos dieron, una mente única construida a través de la ruptura del lenguaje donde viven de juerga los ejércitos asimétricos de la belleza.

Viaje por misiones con la conciencia alterada. (Fragm.) (por El Gurú del Caíco) -Capítulo 5. La noche se cae.

Viajar es meter un montón de infinitos de tiempos y espacios adentro de tu cabeza. Después de la lluvia de la existencia, se despejó el cielo. Millones de astros contaban con energía la historia de un alma disfrazada de persona que desaparecía en una negra luz y buscando su ser escarbaba un pecho ajeno en búsqueda de un cuerpo al cual encarnarse.   Intenté descifrar lo que el cielo estaba relatando, y me di cuenta de que el universo hablaba de vos. Vi atentamente lo que te pasó, solamente para buscar una estrategia y anticipar lo que emergería en la selva de la conciencia donde ocurrió todo esto.  Leí claramente tu horóscopo, tu signo: Bicho humano.

Recosté la espalda en el suelo mojado. Los brazos cruzados tras la nuca sirvieron de almohada y leí una pequeña porción del cosmos.  Una extraña lógica ancestral se impuso entre la noche y mis ojos, cifrando un mensaje. No podía entender con claridad, pero los movimientos de las luces dictaron una extraña historia de alguien que volaba después de haber comido arroz con pollo de un tupper. Las estrellas advirtieron: no pierdas el tupper de tu vieja.  Siguiendo la lectura astral y liberando el pensamiento a la narrativa de millares de soles, entendí que el relato era de una conciencia que flotaba, alejándose del cuerpo. Y  como quien lee un cuento y extirpa una parte de su visión para dejarse meter imágenes por la voz interior trocando una realidad por otra, las estrellas dictaron con palabras metálicas una historia surgida de la imaginación del cosmos… y entonces volé. Elevé el cuerpo. Despegué de la tierra colorada y mojada la espalda, fue pegajoso y húmedo existir en ese ahí. Una rara energía se enganchó a mi pecho y desde ahí me estiro. Contaron las estrellas, que había alguien acercándose al borde del universo. Y al verlas más de cerca, ellas mismas empezaron a modificar su naturaleza, tornándose antropomorfas y de color luz. Eran andróginas. Y cantaron esta historia.

A mitad de la subida, quise saber qué tan alto estaba y cambie de postura. Boca abajo, vi un oscuro cuadro de monte desde arriba, este tomó un blancuzco color luna.  Floté, no lo puedo negar, pero el vuelo fue más parecido al de un barrilete con hilo cortado, intentando contactar con un cielo tormentoso a través de vientos y rayos que, luego de la tormenta, se vieron lejanos, una alfombra de vapor con estática se corría, dejando ver un fondo verde oscuro, iluminado por la lechosa luz.  Subí por el cielo, corrientes de aire sacudían ese vuelo espectral. Las estrellas me cegaron y cubrí mis ojos. Dude si esa luz podía deshacer los dedos.  Cerca de los antropomorfos astros, entendí que en verdad no volé, el universo se cayó. El suelo estaba a la misma distancia, pero el cosmos se venía a la cabeza a una velocidad increíble. No pude escapar, con las manos me tapé la cara para no sentir el golpe.  Las estrellas estuvieron cerca, pude estimularlas, se excitaron y volvieron a ser esferas.

Les tiro la posta: la bóveda del universo, o de la conciencia, es una gran cueva led, se ven los pixeles flotando. Las luces son los pensamientos de todos los seres, incluso de los que no tienen palabra.  

Cerca, unos muchachos que habían tomado un té y llegaron hasta el mismo punto, al borde del abismo de lo pensable; murmuraron algo sobre si yo era una persona: creo que la cáscara humana los confundió.

Entre los paneles de led había unas grietas por las cuales, con un poco de esfuerzo, pude pasar. Quise saber qué había más allá de la farsa del universo.  Tras las luces, hay un paredón de piedras: La verdadera cueva del universo o la conciencia. En ese instante recé en guaraní, a pesar de que nunca pude entender esa lengua, sentí que le pedía misericordia al Demiurgo único y verdadero, mis palabras simplemente sonaban en otra lengua. El pensamiento teñido de miedo sonó a través de mi garganta en el idioma de los hombres de la tierra.  Emergieron deidades animales pintadas en las paredes, un Dios simio y caricaturesco me olfateó desde su pantalla de piedra, predicó unos rugidos a los otros animales y todos escaparon. La soledad divina se apoderó de la cueva, y ni un Dios a quien rezar.  Miré al rededor y una rendija de luz permitía ver lo que pareció una salida por unos bloques de la cueva. Entre las piedras, perseguí al pequeño haz de luz. El cual al verlo de cerca se movía como un láser.

A medida que fui entrando en la grieta, perdí extremidades. Primero fue el brazo izquierdo, repté con las piernas y el brazo derecho tanteando en la semioscuridad cada vez sentí más humedad; luego se desprendieron las piernas y fue bastante bueno ya que eran un estorbo para seguir adelante. La grieta se hizo cada vez más angosta. Volver atrás sin piernas era imposible, la piel se cortó y perdió su textura. El brazo derecho, la única extremidad que tenía, quedó atrapado en un agujero que no era la salida y con un movimiento del torso, se extirpó del hombro. Aunque estuve en penumbras, pude escuchar cómo el brazo sin cuerpo se retorcía como cola de lagartija. Repté sobre la barriga, y para saber a dónde ir estiraba la lengua; gracias a ella intuí por dónde ir. Las lamidas al aire sabían. Sabían a conocimiento e intuición. La orientación y la atmósfera en la grieta fueron percibidas por sabores de luz, penumbras y humedad. Lamiendo el conocimiento del mundo, la lengua aprendió movimientos extraños. Comenzó a sacudirse y volverse cada vez más larga. A medida que pase por las grietas de las piedras, se espaguetizó mi cuerpo; con este cambio, nuevas sensaciones emergieron. El frío, las distancias, los olores, todo era entendido por una lengua bífida que olió la temperatura del mundo: esa cueva. En ese momento los ojos no vieron como antes.   El conocimiento por el cual decidí el camino entre las grietas, no puede explicarse más que con lamidas al éter; el sabor del mundo sabía a sabiduría de barro: humus. Ya no era intuición lo que guiaba, era conocimiento de lengua bífida. Gota a gota con la áspera serpentina  percibí una filtración de agua y por ahí subí.  La gotera fue trepada, y el quiebre parecía que llegaba a una especie de estanque de agua. Al atravesar el espacio en la piedra, todo el cuerpo fue humedecido. Nadé en la oscuridad, y no tuve necesidad de aire. Tras vueltas y vueltas en el medio acuoso y oscuro, un rayo de luz fue visto, ya no con la lengua sino con los ojos y marcaba un camino hídrico por donde seguir, revoleé mi cuerpo por el agua y sentí fuertemente, con sentimientos acuosos que toda la vida había sido un pez. Las luces bajo el agua se movían, y cada vez se hicieron más evidentes. A medida que nadé, ellas comenzaron a encandilarme, como si los ojos que tenía nunca fueron hechos para la luz. Pero sabía sin sabor, que por ahí debía salir.

Extrañamente, mientras subí, la mirada fue armando cierta nitidez apta para el agua. Pude ver con claridad el fondo del estanque y con menos nitidez la superficie. En el borde, un medio más liviano y frío pudo sentirse con la nariz: aire.

Salté del agua, pero al dejar lo espeso y adentrar en lo liviano, los ojos dejaron de ver con la nitidez anterior. Todo era borroso y arrugado. Varios saltos después, la imagen se plancho y vi en dos dimensiones, aire y agua. En uno de los saltos, de una realidad acuosa a una aérea, pude divisar una orilla. Al borde, en uno de los saltos, desde la realidad acuosa a la aérea, apareció una realidad rígida: tierra. Al no tener piernas ni brazos, mi única opción fue reptar, nuevamente. Pero después de haber nadado tanto olvide cómo mover el cuerpo en la dimensión terrestre. Pude saltar con movimientos del torso hacia los costados. Caí tantas veces contra la dura realidad, que el cuerpo se hizo más sólido; y mientras más lejos estuve de la orilla de la dimensión acuosa, deformidades corporales fueron creciendo, pequeñas membranas en lugar de brazos. Había perdido también la hermosa lengua bífida.  Por desesperación abrí la boca metiendo bocanadas de aire. Ya no había una grieta por la cual trepar, sino que otra cueva reunía a las tres dimensiones: agua, aire y piedra. Evidentemente debía salir por el único espacio de luz posible: ¿fuego? ¿Laser? Arrastré el cuerpo por las piedras, las extremidades volvieron a crecerme de a poco, pero no con características de persona. Primero las membranas se volvieron aletas similares a garras, y a medida que avance por la cueva, se hicieron más fuertes. Incluso emergió una cola en la continuación de la espalda, era preciosa, y me puse contento por poder moverla. Avanzando, las extremidades crecieron. Pude caminar sobre las cuatro, y cada tanto, las patas traseras lograban pararse unos segundos, pero una especie de dolor en la espalda impedía la bipedestación. Luego de las extremidades, la piel también cambio, tornándose áspera, no pude ver los colores, más supuse que mi cuero se puso verde. Avanzando la piel áspera fue cubriéndose de una fina pelusa, que más adelante se hizo plumas. Mientras subía, las plumas y las extremidades conformaron un cuerpo extraño, fui un emplumado reptil. Lo supe porque en un anhelo aletee pero mi pensamiento de reptil sintió hambre y no me dejo volar. Las plumas cayeron y la pelusa fue diferente. Pelos me crecieron por todo el cuerpo, y con ellos extraños movimientos pude realizar. Kilómetros de futuro después pude trepar por entre las piedras.  Subí y el paisaje comenzó a llenarse de raíces y musgo que hicieron resbaloso el ascenso. Las extremidades cercanas a la cabeza ahora finalizaban en dedos, que tenían cada vez más fuerza. Miré alrededor, solo vi piedras iluminadas por una luz, no podía ver el inicio de la cueva. Trepé y cada tanto los dedos se tornaron aptos para mover piedras y cosas que molestaban el paso; uno de los dedos se opuso al resto, y pude rascarme mejor la cabeza para pensar en el camino. El hambre reptiliano se hizo peludo, y lo que se me antojó en ese momento fue asquerosamente carne. Solo había frutos de la tierra. Comí un hongo al que degusté su sabor con una parte de la conciencia. De ahí en más, los recuerdos que tengo tuvieron palabras para nombrarse. El camino hacia la supuesta salida, o lo que en ese momento supuse que era la salida, se tornó dócil. Pude estar sobre las dos piernas, lo que además de la estatura, también mejoró la visión. Los vellos del cuerpo fueron perdiéndose, no sé dónde había perdido mi cola, pero ya no la tenía.  Unas sombras se movieron a lo lejos. Solamente vi un extraño ser fatuo vibrando. Salí de la cueva, una luz inauguraba una nueva realidad: fuego. Había alguien frente a las llamas, leyendo un libro. De cerca pude identificar que era un humano. Vos lo conoces bien. Lo observe con sigilo y luego entré a tu cuerpo, a través de la voz de tu cabeza.