Desde la década de los 90 en que irrumpen nuevas teorías acerca de los vectores con que medir o calcular el intelecto humano, los psicólogos estadounidenses Salovey y Mayer incluyen en sus trabajos de investigación el término “inteligencia emocional” y comienza a desarrollarse ese concepto y a difundirse en muchos ámbitos llegando, como era de esperar, también a la educación.
El interés por este campo se despertó al ver personas profesionales altamente capacitadas y graduadas con honores que no lograban un desempeño exitoso en sus carreras y ante la cantidad de casos se concluyó que la manera de medir la inteligencia humana no era la adecuada. De allí surge un protagonismo dado a las emociones y su estudio y se definen conceptos como la capacidad de conocer los propios sentimientos y los de los otros, el poder para automotivarse, el de manejar positivamente las emociones y la manera de transmitir y comunicar sin lastimar a los demás, pasando por la fuerza para superar y aprender de los fracasos y de las experiencias negativas.
En las aulas según el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes PISA, los resultados no son muy alentadores, aunque estos análisis también se realizan con mediciones dirigidas al aspecto operacional de la educación y tampoco contemplan las características regionales. El manejo de las emociones es costoso para los adultos por lo tanto será aún más complejo para los niños dentro del proceso de enseñanza, porque viven muchas situaciones que los estresan y los cargan de ansiedades y si las aulas se abocan al trabajo operacional de la educación dejando de lado los aspectos emocionales, se obtendrán niños que fácilmente resuelvan sus ejercicios pero que no puedan tolerar la frustración de perder un simple juego en el recreo.
En el tercer milenio y con tantos problemas sociales a la vista, la educación emocional ofrece herramientas que no deberían faltar en las aulas, para aprender a conocer y tratar al menos, de controlar las emociones humanas lo que definitivamente redundaría en sociedades más tolerantes y empáticas que tengan más en cuenta los padecimientos de los demás.