• 19/04/2024 11:32

Múltiples Existencias – De la serie; añá gurises.

El perrito. (Por El Gurú del Caíco)

Javi era el más chiquito, y siempre le tocaba ser el más tierno de todos los monstruos que éramos cuando jugábamos. Un día quiso ser el perro.
Se puso en cuatro patas, nos ponía su cabeza en nuestros regazos para que lo acariciemos; ladraba y chillaba como un perrito. “Him him him” hacía con su hocico cuando quería que lo mimen y se ganaba unas caricias. Le dábamos órdenes como “sentáte”, “paráte”, “ladrá”, él obedecía.
Nosotros teníamos como cinco años más que Javi, por eso él se nos pegaba en los juegos cumpliendo órdenes y caprichos. Entró en el personaje del perro de tal forma que no dijo más nada. Gruñía, movía una cola imaginaria, sacaba la lengua e insistía en no hablar. Al rato nos empezó a fastidiar su insistencia animal, a lo que el respondía con más ladridos y gruñidos. Empezamos a tirarle piedras invisibles para que deje de ser perro, pero insistía en su papel. Estaba emperrado en ser perro.
Hicimos un tereré y fuimos todos a tomarlo en la plaza. Cuando estábamos saliendo del portón Javi empezó a chillar y rascar las rejas y le dijimos “vamos, vamos”. Poseído por un alma perruna, fue a buscar una soga, la trajo entre sus dientes y la tiro frente a nosotros. “ah vos querés que te saquemos a pasear”. “Guau, Guau” respondió Javi, y sacó la lengua e hizo un movimiento de cola. Supusimos que estaba contento.
Lo llevamos así por la calle hasta la plaza. Los vecinos miraban como caminaba con la correa al cuello, ya no en cuatro patas, porque las piedras del camino de tierra le lastimaba las rodillas, pero si en una simulación canina. Seguía ladrando y disfrutaba de que los vecinos lo vean siendo paseado como un perrito. Nosotros también simulamos tener un perro de raza, muy inteligente, que cumplía las órdenes, que era tierno y dócil y chiquito. El más chiquito de todos nosotros. Cuando llegamos a la plaza y tomamos el tereré, no le convidamos al principio, era un perro y los perros no toman tereré. Después de un par de rondas le dimos uno, y quizás a modo de venganza lamió la bombilla como un perro chiquito. Le gritamos como si fuese un humano, pero su actuación era tan convincente que enseguida nos dio ternura y ganas de rascarle la pancita para que mueva la patita.
Se hizo de noche y ya estábamos por ir cada uno a su cucha, cuando apareció un gurí del barrio de abajo en bicicleta. Era más grande que nosotros y a veces nos hacía bromas pesadas, otras era piola. Ese día vino tranqui, en un rato ya se iba a la casa, nos pidió un tereré, no quedaba más. Se nos puso a hablar, lo miró a Javi que estaba sentado sobre sus humanas patas traseras, sacando su canina lengua de niño.
— ¿Y a este que le pasa?—preguntó el gurí.
— Nada, es nuestro perrito. Lo encontramos en la casa de Javi. Nos miró un segundo.
— ¿Pero él se llama Javi, no? Y le respondimos
— Sí, sí pero ahora es Panchito el perro más inteligente del barrio. Le dijo María Juana.
— Hum, ya veo, ¿por eso tiene esa soga al cuello? Volvió a preguntar.
— Sí, sí. Sin eso no lo podíamos sacar; mira si se nos escapa.
Se quedó callado un segundo, miró la soga de nuestro cachorro, el más chiquito de todos nosotros.
— Claro, sí. Concluyó. Se quedó un ratito, lo miró a Javi. Javi hacía su papel de perro tan bien que no queríamos que vuelva a hablar.
Pero como todo perro no siempre les cae bien a las personas, hay quienes los atan todo el día, les pegan, los castran, los torturan y les mutilan las orejas para que parezcan demonios.
El gurí dijo; — bueno me voy. Se subió a la bici, pero antes de empezar a pedalear agarró la correa, y arrastró a Javi unos metros por la canchita de la plaza riéndose. Lo corrimos pero se escapó aullando como un lobo. Javi quedó tirado, no se murió. Se le cortaron las cuerdas vocales, nunca más volvimos a escuchar su voz. Ahora cuando intenta hablar suena su gruñido.