Nos costó trabajo desprender a mamá que quería seguir ahogándolo con la almohada. Después lo pusimos de costado con la cabeza caída y me quedé pensando en que tal vez eso no dejase descansar su almita porque era chica, si mamá decidió ahogarla y también es cierto que si bien levantamos la medianera alrededor de él y eso fue todo, a mí me ganaba, me agobiaba la posición de la cabeza con los mechones en la cara y no hace falta aclarar de quien hasta que la vereda comenzó a llenarse de tiempo… Así que cuando nos sentábamos en las noches de verano y miramos esa pared calcinada, ya con cierta melancolía, sabíamos que no hay que tener, o que hay que evitar a ciertos tíos viejos en casa y más aún, si no se saben viejos. O será al revés, de puro ver en el espejo lo de adentro ni saben que ya no les queda pelo. Así que, cuando mi hermana saca el sillón plegable para ayudarnos a bajar las horas de sol que se quedaron incrustadas en el cuerpo y comienza a insistir con el método global del que habla su directora yo digo para llevarla por el mundo en la silla vienesa vuelta, sentado en ancas, que los traicioneros son los chinos, pero se sabe que están más cerca los japoneses o que es lo mismo, al fin de distraerla y entonces no hace falta aclarar, porque si no llegábamos esa tarde con los restos de ladrillos de la obra, mamá quemaba la casa con el tío adentro.
Eso lo saca de sus series policiales lo sé y como las arman los chinos, dijo el viejo ¡Papá! le recriminó mi hermana, la plata está en el campo como siempre y ahora con lo de la vida sana seguía con la voz en alto y seguramente afectada por lo global y de tantos en los cuidados… La veía, y quería acercarme abrazarla, pero no, ella ocre, llevaba tallado el descuido nuestro, si lo fue, o sellado en el cuerpo como ladrillo de tapia lo otro y los perros ladrando, como si oliesen las manos de mi madre.