Me levanté medio bajón, supongo que estoy estresada por el trabajo o angustiada por la luna nueva, pero vaya una a saber cuál de todos mis traumas decidió empezar a emerger, buscando un poco de atención, pidiendo sentarnos un rato a charlar, pero no.
Me tapo las ojeras, me cambio las pantuflas y voy al chino con los pesos que quedan los 25 de cada mes, a ver si algo dulce me puede ayudar a tragar este nudo.
Elijo la chuchería con el paquete más brillante de la góndola. Hago la fila.
No aguanto.
Se me cae una lágrima, después otra, después los mocos. Usé el último pañuelito que quedaba así que voy por los puños de mi abrigo.
Lloro con ruido, me miran, me miran con lástima, debe ser molesto que te lloren cerca.
Noto que la fila avanza, levanto la cabeza, veo que el chico de adelante también recurre a la manga del abrigo y que la viejita de atrás saca de su cartera un pañuelito rosa con voladito de broderie.
Los sollozos son cada vez más audibles mientras la fila avanza.
Llego a la caja, ya me quedé sin puños y voy por la mitad de la manga. La cajera entre sollozos me pregunta ¿Bolsita? Contesto con muecas, hablar sería estallar en llanto.
Me voy, mientras veo a toda esa gente con paquetes igual de brillantes que el mío.