…Entonces, llegaron al portón de los pinitos, se detuvieron en gesto de erguirse por la remontada y no por pertenecer a un grupo de paisanos salidos temprano, bien temprano de la comunidad, para venir al pueblo-cuidad a rebuscarse.
Aunque nunca, jamás desde que a su posibilidad de ingresos sumaron o fueron las artesanías, hubo o habrá quien les reconozca el valor de las mismas, ni su arte, ni este solo hecho artesano hará que dejen de insistir en erguirse. -Habrá, sí, que ir a la escuela.-dijo el cacique- Para defenderse hay que ir a la escuela, porque quién más que uno mismo comprende la necesidad de lo que realmente necesita. Y sí, saber leer… Salvo que nos dejemos llevar por una hermana como Mónica, que mientras subía le dijo pará, solo con el gesto, con detener su andar y sin decir enderezó el cuerpo en la vereda ordenándose de la posición que exige subir.
Apoyó los canastos y sonrió, sin hacer sonar las manos, escuchando a los perros vio como Feli se llamó a atender la situación mientras decía claramente NO, pretendiendo seguir.
La mujer pareció mirar la mugre mientras sacudía el dedo, pensó Mónica, por como volvió a mirarse. Apenas movió los ojos de arriba abajo.
A veces nos vemos de arriba abajo en ese ligero movimiento de la cabeza que casi disimulamos hasta de nosotros mismos para aceptarnos la mugre, por pudor, o debiera, ¿no? aunque la mugre…
No sé qué es mugre, qué es más mugre, lo que llevamos, o las crostas de humos y tierra en la falta de estándar a ese progreso común medio en el que nos desenvolvemos, pongámosle occidental, pongámosle limpio y descalzos, o con sandalias de tiritas de plástico en un otoño entrado, que por más otoño misionero del que se trate, es de humedad que cala, que enferma, humo que se ve, para los acostumbrados a ver humo y no otros rasgos y sus rostros “su”, cuanto más “su” mejor, nada de soy, o de reflejar pobreza a secas, propias, en los tonos de otra.
O esta Mónica, que fue Mónica aún antes de saberlo Feli, claro, y que desde que se paró en la vereda de una mujer que por no escuchar, o pretender no hacerlo, decía no, fue toda Mónica.
Labios gruesos, cabello corto, también grueso, crespo y no tanto, de ojitos negros, bien negros, y chispa, como si tanto fuego seco en la ropa se hubiese quedado dentro de ella, sin llama a la vista, pero con ¡tanto ojo! Y rojo, en la ropa, en la remera, en los aromas, en las pantorrillas flacas y algo esquivas, como queriéndose ir, de puro no saber más qué andar, de mover el tranco cansino que nunca queda quieto, y menos al siempre.
Feli los veía mientras escuchaba las risas que venían de la habitación y se decía que no, que no puede ser esta aspereza a la que nos sometemos por no aceptarnos, porque lo complejo es aceptarse y no simular aceptar las formas del otro, sino recibirnos mutuamente, y que es mentira muchas veces, y una por educación hace que acepta, y el otro, o Mónica, por ignorancia hace que mira con aceptación, pero cruzan la vereda, siguen por la calle y saben, la que queda y la que va, que sus mundos son irreconciliables y ambas pelearan y pelearan aun inconscientemente para ver quién se queda con el mundo, o terminar en el acuerdo ideal que propone la higiene, que nadie se meta con nadie.
Fragmento de FC