No me acuerdo de la última vez que hablamos. Hace tanto que no intercambiamos palabras… con justa razón. Desde un creciente desinterés mutuo nos fuimos alejando uno del otro, simplemente, y acomodando en una normalidad distanciada que vale más que los reproches y las peleas. Pobres extraños conviviendo por conveniencia y respirando el mismo aire cargado de indiferencia. Miradas que no se cruzan, gestos autómatas, educación de vidriera para los demás. En este silencio pienso mejor. Lo que siento aflora: una justificación impecable para mi postura en esta situación delicada, perfectamente explicada y argumentada. Luego se deshilacha esa pantalla y deja ver otro panorama. Un mundo de emociones que no cabe en la caja del enojo, y apareció la pregunta: desde cuando empecé a ser tan egoísta? Siguiendo este camino, llegué al punto de romper el silencio.