Hace años no tengo cabeza y aún puedo pensar entre los poetas de los basurales, resplandecientes como tapita de cerveza.
Puedo, pero no sé pensar, debe ser un síntoma; soy el hijo de un dios borracho.
Nadie es eterno. Dice.
¡Mierda! Empezaba a acostumbrarme a esto. No sé reencarnar, escalo especies y vuelvo y ahí los veo, tan funcionales, tan inútiles a lo auténtico, pero resplandecen y eso es lo que importa aquí y ahora, hay que ser útiles, hay que dar más por la gente de bien.
Tengo los ojos abiertos y veo, pero sin pies es difícil, aunque no me aflige, es mi ritmo, mi dios me acompaña y me convida de su trago una y otra vez. Lo sé; somos dos gusanos inquietos que buscamos con paciencia lo que la gente que corre jamás podrá encontrar.