III. EL HIJO
Descanso en un pueblo pequeño
donde todavía murmuran las sombras
de mis abuelos. Desayuno con ellas,
siento sus manos en la espalda,
las sonrisas, las lágrimas.
El bálsamo que regenera esta carne
es aún la edad. Soy consciente de lo efímero
en el hálito espeso del fuego ahogado
donde el bruxismo de las ramas desnudas
se olvida del momento y cruje
en la noche de otro tiempo.
Sostengo la noción de las cosas esenciales en cada oración antigua de la que me apropio.
Mis ancestros vienen conmigo
para guiarme o destruirme.