Si me muero que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba. (Miguel Hernandez)
En el gueto, casi todos leen sus poemas de amor o escriben los que serán sus últimas letras de esperanza.
Nosotros descubrimos un rayo de sangre hirviendo que entra a través del muro. Fue espantoso. Entonces tomamos una decisión; Carrizo se dejó crecer las uñas para usarlas como arma, luchando con su hábito de comérselas. Marcenaro vomita fácil y a voluntad, es un arma bastante práctica. Nicolás Echave hace aikido.
Yo tengo un lápiz negro que logré ocultar entre mis rulos, lo tengo afilado y así va a seguir, porque no quiero escribir más hasta ser libre, ya sea en mi sepulcro o allá afuera.
Decidimos no entregarnos, tenemos un plan, es sencillo pero vamos a apostar a la sorpresa. Ellos nos creen fofos, frágiles y estúpidos para la guerra, pero no saben de nuestra peligrosa asimetría, de nuestra aplicación para la estrategia, de nuestra furia en el campo. Creen que nos conocen, pero solo ven nuestras apariencias pacíficas, o las actitudes pasivas de los imbéciles que le escriben a la luna que está cansada de tanto ronroneo nauseante.
¡Estoy harto! la verdad es que estoy harto, ya no soporto estar acá, en este pozo en el que nos metieron o nos metimos cuando la conciencia no estaba. Veo la hora en que mis pies se bañan en la sangre de nuestros opresores, siento esa tibieza agria y después la armonía de saber que nuestra temeridad impensada por algunos fue la que logró la liberación.
Tampoco me inquieta la idea de la derrota o el ardor de una bala en el pecho, solo quiero ser genuino hasta el final.