Al comienzo de aquel año, la escuela de pocos recursos en la que trabajo, tuvo que hacerse cargo del inicio de otra escuela (aula satélite) a setenta kilómetros de nuestro pueblo, casi casi tocando la frontera con Brasil.
Los jóvenes de ese alrededor hablan portuñol y para participar de esa inmensa experiencia, o de lo que deriva de todo iniciar, dicté un tallercito de lectura, una excusa para ir a allá, de engreída que soy en la pretensión de aportarle algo a los gurises, decimos por acá.
Ahí solo existía y existe el hacer
y hace frío, frío duro
a las 6.30, de mañana
en extraña tierra
dice mi hija, que es hija de ella
y después de surcar una ruta que de tal tiene solo calle, asfalto,
y no cansarme de ver monte, monte implantado de un pino que no es nuestro
y casas
casitas mínimas que de tanto son solo madera junta madera, blanca
Limpia de cepillo y barrigas secas
humeando blanco curtido de olor a humeado
voy siendo y llego yo, egoístamente yo
despojada de toda mirada donde no prime: entender, ver,
aprender que ellos/ellas son
lo que la vida les muestra igual que nosotros, en otros ámbitos
entonces
tengo que aprender…
Sentada,
al calor de un sol de media mañana que comienza a derretir cualquier hielo…
Queda,
simulando quietud en trono de tora que corta el camino de una hormiga negra-roja
pareciera marcada de sentido sur
y vuelve,
vuelvo
con destino de este, hasta desaparecer
en un suelo
ajeno
Ni la cocina con piso de tierra barrida
(la arquitectura aquí no es un bien de ciudades con malla de rebote)
donde el mobiliario se monta sobre listones sueltos de madera aserrada
madera para hacer hogares
solo lo de adentro, que es lo que cuenta
tanto, como sus mujeres
una ellas, otra,
avanza sobre guiso con mandioca y pan amasado de ayer,
lo demás, es mundo fuera.
Quizá por instinto de resistencia una, ella / otras, planearon una escuela
teñida de amarrello
en un alto del poblado, tal vez como estandarte
sin mucha más conciencia que la necesidad de tener a les hijxs cerca.
Pero elles, hijxs, quieren otra cosa
solo suyo, ya sabemos
hasta que vuelven
Llenas de frío que pela, porque el frío pela, no pica
y se extingue en el dos por dos que cerca la cocina a leña
hirviendo,
hablamos, con palabras cortadas que parecieran bastar
y sobra,
Yolanda dice que son lentejas.
La mañana sí avanza
y alrededor del rectángulo hueco que hace las veces de aula
en el patio
a tres metros nomás, próximas a la cuarta construcción cuadrada de pino
más o menos verde
o más o menos sin asiento,
un reguero de mandarinas cascadas como flores surrealistas
sobre el pasto
aparece con tono de mediodía fuerte
el sol misionero a vencer al frío.
Quietos, tan mentidos y metidos
tan compueblanos en ciudades que se extienden lejos
como manchones de silencio en las bases
tantos que cuesta
hacen, que cueste
hablar, en la cuesta
y la ribada pregunta: por qué explota lo nos siembra
si pretendemos con jugo de frutas hacer rayo
—tanto que hablan esos porteños… ela é graciosinha,
nou comprencía ou principio, pero ela é graciosa— y sonríe.
El rancho sigue vivo, ahí, cimientos plantados
capuera del camino que no nos pertenece
es la imposición
que sigue y se ahonda sin futuro que lo extinga
(¿venir? ¿Vos? ellos van a irse)
Pero vuelve la siembra,
Y brotan
casas levantadas con cemento helado
y sin medias
se espera otro día/
un ya llega
a veces leyendo
—Lea profe, lea Ud. que nosotros escuchamos
Insertar es la palabra borrada,
como si nunca fuese a aparecer
ni parar
ni surgir
—Cómo van a comprender hoy, en las ciudades
una cocina con piso de tierra, digo,
—si no sos de acá,
cómo vas a comprender lo barrido sobre piedra
o el de donde comienza a cocerse la cosa…
—Yo tampoco comprendo, má!