• 24/11/2024 02:52

Múltiples Existencias: Satélite (por Silvia Barberini)

Al comienzo de aquel año, la escuela de pocos recursos en la que trabajo, tuvo que hacerse cargo del inicio de otra escuela (aula satélite) a setenta kilómetros de nuestro pueblo, casi casi tocando la frontera con Brasil.

Los jóvenes de ese alrededor hablan portuñol y para participar de esa inmensa experiencia, o de lo que deriva de todo iniciar, dicté un tallercito de lectura, una excusa para ir a allá, de engreída que soy en la pretensión de aportarle algo a los gurises, decimos por acá.

Ahí solo existía y existe el hacer

y hace frío, frío duro

a las 6.30, de mañana

en extraña tierra

dice mi hija, que es hija de ella

y después de surcar una ruta que de tal tiene solo calle, asfalto,

y no cansarme de ver monte, monte implantado de un pino que no es nuestro

y casas

casitas mínimas que de tanto son solo madera junta madera, blanca

Limpia de cepillo y barrigas secas

humeando blanco curtido de olor a humeado

voy siendo y llego yo, egoístamente yo

despojada de toda mirada donde no prime: entender, ver,

aprender que ellos/ellas son

lo que la vida les muestra igual que nosotros, en otros ámbitos

entonces

tengo que aprender…

Sentada,

al calor de un sol de media mañana que comienza a derretir cualquier hielo…

Queda,

simulando quietud en trono de tora que corta el camino de una hormiga negra-roja

pareciera marcada de sentido sur

y vuelve,

vuelvo

con destino de este, hasta desaparecer

en un suelo

ajeno

Ni la cocina con piso de tierra barrida

(la arquitectura aquí no es un bien de ciudades con malla de rebote)

donde el mobiliario se monta sobre listones sueltos de madera aserrada

madera para hacer hogares

solo lo de adentro, que es lo que cuenta

tanto, como sus mujeres

una ellas, otra,

avanza sobre guiso con mandioca y pan amasado de ayer,

lo demás, es mundo fuera.

Quizá por instinto de resistencia una, ella / otras, planearon una escuela

teñida de amarrello

en un alto del poblado, tal vez como estandarte

sin mucha más conciencia que la necesidad de tener a les hijxs cerca.

Pero elles, hijxs, quieren otra cosa

solo suyo, ya sabemos

hasta que vuelven

Llenas de frío que pela, porque el frío pela, no pica

y se extingue en el dos por dos que cerca la cocina a leña

hirviendo,

hablamos, con palabras cortadas que parecieran bastar

y sobra,

Yolanda dice que son lentejas.

La mañana sí avanza

y alrededor del rectángulo hueco que hace las veces de aula

en el patio

a tres metros nomás, próximas a la cuarta construcción cuadrada de pino

más o menos verde

o más o menos sin asiento,

un reguero de mandarinas cascadas como flores surrealistas

sobre el pasto

aparece con tono de mediodía fuerte

el sol misionero a vencer al frío.

Quietos, tan mentidos y metidos

tan compueblanos en ciudades que se extienden lejos

como manchones de silencio en las bases

tantos que cuesta

hacen, que cueste

hablar, en la cuesta

y la ribada pregunta: por qué explota lo nos siembra

si pretendemos con jugo de frutas hacer rayo

—tanto que hablan esos porteños… ela é graciosinha,

nou comprencía ou principio, pero ela é graciosa— y sonríe.

El rancho sigue vivo, ahí, cimientos plantados

capuera del camino que no nos pertenece

es la imposición

que sigue y se ahonda sin futuro que lo extinga

(¿venir? ¿Vos? ellos van a irse)

Pero vuelve la siembra,

Y brotan

casas levantadas con cemento helado

y sin medias

se espera otro día/

un ya llega

a veces leyendo

—Lea profe, lea Ud. que nosotros escuchamos

Insertar es la palabra borrada,

como si nunca fuese a aparecer

ni parar

ni surgir

—Cómo van a comprender hoy, en las ciudades

una cocina con piso de tierra, digo,

—si no sos de acá,

cómo vas a comprender lo barrido sobre piedra

o el de donde comienza a cocerse la cosa…

—Yo tampoco comprendo, má!