(Escribe Quitita Moreira) Cuando empezó a hablarse del coronavirus y la pandemia mundial, sentí el aislamiento como algo bueno y necesario, que me hacía un lugar especial para cuidarme. La sensación de “tener tiempo” , de manejarlo, de controlarlo , fue toda una novedad, un descanso sin culpas, porque le pasaba a todo el mundo en todos los continentes y a todos los grupos humanos. El virus, impiadoso , cruel, mortal, se transmitía velozmente de persona a persona.
De ahí en adelante, la posibilidad del “riesgo” nos marcó la vida a los grupos de la cuarta edad, más que en otras edades. Y empezamos el aprendizaje de vivir en soledad, como fue aceptar ver menos a nuestros hijos y nietos, a nuestros amigos. Dejar nuestras actividades, no salir a hacer las compras y esperar que otros las hicieran por nosotros, etc.. Cubrir esas horas en que salíamos por trabajo o de paseo, haciendo algo en la casa, arreglando ropa, libros, estantes, limpiando los rincones olvidados, encontrando fotos , cartas, papeles de toda clase. En mi caso, en que creo que todo sirve o puede servir, mis hijos- y ahora mis nietos- me repetían que todo está en internet, que tire todo….Claro que ellos olvidaban que internet no tiene alma, ni tiene color, sabor, amor….así que con caricias y tiernas miradas guardaba yo todo de nuevo.
Creo que vivimos la paradoja de la pandemia. Teniendo todo el tiempo, no podemos usarlo como queremos, nos restringe la libertad de acción, del adentro para fuera, si somos responsables y comprendemos que hay “otro” al que debemos cuidar, para cuidarnos. He tenido todo el tiempo para mí, pero me falta el contacto personal, el poder contarle al otro/otra, lo que estoy leyendo o escribiendo. Me valgo de los aparatos, pero eso son… aparatos, cosas que no cubren la necesidad del ver, tocar, abrazar. Los días se vuelven maravillosos, llenos de luz y color, pero los vemos transcurrir casi quietos, porque hemos abandonado actividades por voluntad propia, por amor al otro, a ese/esa que por su trabajo y edad es esencial, lo es para nosotros. Y si nos descuidamos, sobreviene la angustia del no saber qué más hacer durante el día, que se transforma en interminables días, porque la pandemia no se terminará así no más .
Predicen que el virus se quedará con nosotros a pesar de las vacunas. Y es aquí que apelamos a nuestra experiencia de vida para sobrellevar esta plaga, poniendo todo nuestro empeño en un horizonte que nos aliente a perseverar , a despertar el espíritu solidario, que es nuestra labor del ahora. La pandemia no es igual para todos pero ataca por todos los flancos.. La rebeldía en cualquier edad, la impaciencia con todas las medidas posibles que se toman, nos pone en peligro a todos, especialmente a nosotros, abuelos, padres, familia y a amigos longevos. Debemos recordar que vivir es maravilloso y que lo es para todos.
QUITITA MOREIRA / enero 2021