“Si el espacio para la filosofía se ha reducido cada vez más en las sociedades industrializadas” según Derrida, pues en donde -no hay- industria, sea notorio ese aletargamiento del pensar, la Filosofía jamás podrá prender en un lugar como Villa Gesell.
Pueblo iniciado desde un –mesianismo- con soberanía absoluta acerca de lo que se podía o no hacer en “su” lugar, el proceso institucional determino otras pautas posicionada la democracia después del proceso cívico-militar, pero siempre bajo una impronta, la del balneario.
-Asesinato de un joven en un boliche, un turista que se ahoga, un hotel que se derrumba, un choque mortal-, etc. son hechos “fatales”, en la antigüa Grecia se concebía que el hombre estaba bajo la realidad que los dioses –designaban- y la fatalidad, era un designio de ellos, hoy, no podemos decir lo mismo, pero no de la fatalidad sino de quien la origina, porque lo fatal esta, se inscribe y posea “dos” caras, de quien la causa y de quien la sufre, y lo paradójico una vez más citarse, de cómo en un lugar creado para -diversión, solaz, alegría- etc. sea acechado por el padecer.
Pero ese “acechar” no lo sea por –gratuidad-, sino por la ambición que existe como trasfondo en todo empresario y comerciante, lo que implica un “salto” en lo real y tácitamente, posicione a la “fortuna”, donde somos vulnerables ante ella, y en ¡un santiamén!, el mundo edificado desde ese ambicionar y planificado desde el “logocentrismo” mude, y quedar bajo una existencia cruel y conflictiva entre nuestros compromisos por llevar a cabo nuestras ambiciones y lo que ellas provocan.
Lo que abre las puertas de algo impensado en nuestra posmodernidad y se trata de aquello que -no podemos manejar- y lo definimos: destino, la contradicción de un lugar como solaz para muchos y también, padecer para pocos, es una incoherencia lógica e irracional en ese espacio exclusivo del logocentrismo que todo lo explica según -causas y efectos-, cuya mejor carátula es la del accidente, pero la impronta de lo “fatal” queda latente en las conciencias de los involucrados.
El conflicto se posiciona como señor de la situación y más allá del logocentrismo determinando culpables o no, solo una cuestión adquiera total relevancia, y esta sea la del “dilema ético”, ¿y esto por qué?, porque posiciona el trasfondo de lo trágico, y con ello la posibilidad de un conocer, lo mediático a modo de un teatro, señala, muestra, notifica acerca de las vicisitudes que llevaron las vidas de ese derrumbe, ¿el efecto?, que lleve a la exploración de lo temible que envuelven, -las ambiciones, codicias, intereses- etc. que no “conocen” dilema alguno, entonces, ¿quiénes son los -nuevos dioses- en el pueblo que
determinen a las futuras fatalidades?…
Juan Oviedo