Más allá de la vida política y publica del Libertador de América, se sabe que nació en Yapeyú, actual territorio correntino, el 25 de febrero de 1778 y que fue el menor de cinco hermanos. Siendo un niño aún ingresó a un liceo militar en la lejana España de donde egresó con excelentes calificaciones e inmediatamente se puso al servicio del país ibérico para combatir contra los franceses, guiados por el temible Napoleón. Sintió el llamado de su patria y llegó a Buenos Aires en el año 1812, fundando el regimiento de Granaderos a Caballo, que aún existe, y comenzando a trazar su plan continental para liberar América.
Contrajo matrimonio con Remedios de Escalada y luego se trasladó a Mendoza donde estableció un gran fuerte y comenzó con los preparativos del cruce de la Cordillera de los Andes, para sorprender a las tropas reales en Chile y derrotarlas. Desde allí continuó hasta Perú y también triunfó sobre los ejércitos españoles y logró liberar el segundo país en su estratégica y brillante campaña.
El hombre, Don Francisco, era una persona sencilla, sin grandes vueltas para decir las cosas y manifestar su parecer. No era una persona de muchas palabras, pero era de los que usan las adecuadas en el momento justo. Devoraba libros y escribía muchas cartas a sus amigos y a las autoridades de Buenos Aires. Le gustaba la carne asada y el buen vino, sin excesos de ningún tipo. Recorría fuera de hora su tropa y mantenía charlas informales con sus soldados a los que le gustaba llamar por su nombre y preguntarle por sus familias. Mostraba un lado muy humano y se preocupaba por el respeto mutuo dentro de su ejército, porque se componía de criollos, gauchos, ex esclavos (él los liberaba al unirse a su tropa) y también guaraníes y lograr una convivencia armoniosa no era tarea fácil. Don francisco lo logró.
Gracias a tantos documentos informales y cartas que se han guardado, se pudo llegar a conocerlo más allá de su rol de militar.
En una ocasión, en el fuerte mendocino “El Plumerillo”, el general le entregó a uno de sus soldados los jornales que debía pagar a la tropa al día siguiente. Este soldado, tentado ante los juegos de taba que se desarrollaban por las noches, apostó parte de ese dinero y lo terminó perdiendo casi en su totalidad. Envuelto en una nube de alcohol y miedo, convencido de que sus horas estaban contadas ante tamaña osadía, se dirigió al dormitorio del general y tocó a su puerta a altas horas de la madrugada. Don francisco lo recibió, le sirvió una taza de té y lo escuchó en silencio. Acto seguido, se levantó de su sillón y fue a retirar más dinero de un cofre, para reponer lo perdido por su soldado indisciplinado y le dijo con mucha calma y seriedad “tiene suerte que lo atendió el señor Francisco, porque si lo atendía el general San Martín probablemente usted hubiera sido ajusticiado”.
Esta simple anécdota ayuda a entender porque un hombre tan grande e influyente, decide luego de enviudar, irse a vivir a Francia con su única hija, negándose a ver como sus hermanos se desangraban en bandos unitarios y federales. Renunció a sus honores y se dedicó a la crianza de su hija y a la redacción de cartas, viviendo en un pueblo europeo donde nadie lo conocía.
Estratega, decidido y desobediente cuando las circunstancias así lo requerían, jamás fue polémico ni se dejó entrever en ninguna clase de intriga, nunca “jugó a dos puntas” y su único objetivo fue luchar por la expulsión de las tropas reales españolas y por la construcción de la patria grande de una América unida.
Su visión de desarrollo americano fue pionero y sólido y hoy, a 169 años de su partida, el 17 de agosto de 1850, nuestro país e incluso el continente, necesitan nutrirse sus ideales.